- ¿Te quieres casar conmigo? - Por supuesto que sí, Bruno. - ¡Genial!- sacó un aro de gominola de la bolsa y me lo puso en el dedo.- Seremos felices por siempre y juro amarte hasta el final. - ¿Lo prometes? - Sí. - Pues yo juro recordarte hasta que me muera. Y lo cumplí, por muy difícil de entender que sea, aún no lo olvidé ni a él ni a nuestros momentos. Ahora tenía 23 años, como él y vivía en Buenos Aires, no como él, que decidió ver mundo. Soy Martina Rodríguez Díaz y soy española, como toda mi familia. Nací en Madrid. Mi padre se llama Héctor, es de Madrid, es castaño, alto, sus ojos son verdes, tiene 58 años y es simple en su vestimenta y trabaja como empresario. Mi madre, Cristina, es todo lo contrario, pues es pelirroja, de Barcelona, tiene 48 años, los ojos miel, le gusta vestir bien y es de mi estatura, así que es baja y es enfermera. Además, tengo un hermano llamado Roc por mí madre, que tiene 18 años, ojos verdes y es alto y castaño como mi padre y estudia derecho, como lo que estudié yo. Yo soy castaña, de piel morena al tomar el sol siempre que voy a Barcelona, de ojos miel, baja estatura, me gusta vestir a la moda como mi hermano pero sin dejar de estar cómoda y decidí viajar a Buenos Aires cuando me enamoré de Argentina aquel verano de vacaciones, hasta hoy. A él lo conocí ese verano, en un parque donde él jugaba ha fútbol con sus amigos y me dio con el balón, vino a pedirme perdón y nos conocimos. Con tan solo 6 años conocí al primer chico que se me declaró.
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