La vida es tan compleja que no siempre es fácil de sobrellevarla.
Existen ciertos patrones que, sin siquiera notarlo, forman parte de nuestras vidas, definen nuestros destinos y simbolizan los inicios de cada etapa importante de nuestras vidas, así como los finales definitivos de las mismas.
Sin saberlo, un numero se volvió mi patrón cuando conocí el verdadero amor, aquel que valía la pena, la lucha, la espera, el esfuerzo y el sacrificio...
Pero muy tarde me di cuenta.
Creí que debía dejar las cosas pasar, porque el destino estaba escrito y no podía ir en contra de los planes de la vida pero nunca he sido fan de seguir las reglas.
Nunca me ha importado ir conforme lo que el resto pedía, ni en lo familiar, ni en lo religioso o lo social.
Las reglas eran para romperse y eso es lo que planeaba.
Haría que todo girara a mi favor y no por mero capricho como lo había hecho anterior mente, lo haría por que mi felicidad dependía de ello.
No se trataba solo de mi, porque la sonrisa que ahora anhelaba ver no estaba frente a mi en un espejo, los ojos que iluminaban mi camino eran aquellos que ahora se negaba a verme y la fuerza que me daba seguridad día a día se había ido con su partida y no lo perdería sin luchar.
Rompería el patrón, arreglaría todo, cambiaria lo que debía cambiar y demostrará que lo que la vida me tenia destinado no era mas que una ilusión porque yo elegía mi destino y ningún plan preestablecido me haría perderlo.
Mi amor se había regido en un patrón numérico y ahora seria yo quien lo estableciera, ahora seria 27 y uno más.