«Un, dos, tres...» Sus manos la rodean, guiándola en aquella pieza. «...cuatro, cinco, seis...» Pisan sobre el charco escarlata, danzando con magnificencia. «...siete, ocho, nueve» Nueve fueron los segundos en que dejó de convulsionar. Nueve fueron los segundos antes de caer en la locura. Y si iba a caer con ella, al menos solo no estaba.
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