Se trataba de Jimena, la niña de ojos diamante. Adorable en todo su esplendor. En ella, el amor hacia los libros y el misterio que éstos le provocaban, hacía que contemplase el mundo al revés. Sempiterno era su palabra favorita del diccionario, Diciembre el mes que más le emocionaba y le encantaba comer castañas. Amaba la literatura y, la misma, le hizo pensar que todo, absolutamente todo fuera de la ventana de su habitación, era pura humanidad. Sentía tanta pasión hacia lo desconocido que, su irreversible imaginación, volaba junto al pincel de sus historias pintadas en blanco. Sin duda, tenía la mente en el cielo y el mundo sobre sus pies.