El séptimo amanecer - capítulo 1

Zúrich, Suiza

Las palabras besan y muerden.
Eran las nueve de la noche del primer lunes de julio cuando el último invitado hi-zo chirriar la puerta principal de la vetusta iglesia de San Lorenzo. El refugio elegido para la conferencia afluía desde una llanura de aspereza salvaje, desolada a lo largo de cinco millas, de norte a sur. Nadie sospechaba que en el exterior de ese lugar sin amo, treinta y tres vehículos de alta gama esperaban a que sus jóvenes dueños, herederos de las principales fortunas del planeta, emprendieran el camino de vuelta. El secretismo era de vital importancia.
-Arthur Mc Claren -susurró uno de los chicos.
Un trueno reverberó en el exterior, igual que un eco lastimero, de mortal tristeza. La tormentosa noche no era frecuente en aquella época del año.
Todas las miradas se dirigieron hacia el muchacho.
-Cerrad los ojos -dijo de pronto el conferenciante con inusitada aspereza. Ocultaba parte de su rostro bajo la sombra de un arco ovalado, formado por una sola piedra.
Los treinta y tres jóvenes obedecieron y la efímera luz se desvaneció dando paso a una inquietante oscuridad. Se escucharon los pasos del hombre mientras avanzaba con paso firme hacia el altar, donde un antiguo tocadiscos, vestigio de una época pasada, co-ronaba un viejo atril. La pluma del aparato levantó el vuelo y acarició el vinilo, obse-quiando a los presentes unas suaves ondas melódicas. Eran notas de inusitada belleza, que resonaban con efervescencia golpeando las decadentes paredes. La oscuridad pare-ció dar paso a una claridad juguetona y eterna.
-Hoy vislumbrareis un antes y un después en vuestras vidas. En ocasiones, para crear primero hay que destruir-dijo con videncia imaginativa, apoyando los codos en el atril-. Vosotros sois los elegidos.
Vaticinaba un futuro que cambiaría el devenir de la historia, no solo la de los chi-cos, aunque ellos todavía no eran conscientes de ello.