Toda ilusión no es más que una refracción de alguna verdad. Por eso la mayoría de quienes las conjuran se vuelven locos. Auro no estaba entre la mayoría. Habiendo adoptado un sistema de creencias que le permite reconciliar la propia verdad con una relativa sanidad, decide ocupar un nicho del mercado que ningún otro ilusionista había imaginado: el satisfacer fantasías de sus clientes por medio de tangibles espejismos. Pero no todos en la ciudad están felices con su actuar: el gremio de trabajadores sexuales lo ve como una amenaza, que debe ser controlada o, si lo anterior es imposible, eliminada. Portada realizada por @Iniss226.
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