- ¿Qué crees que haces?- interrogo con incredulidad cuando siento sus manos escudriñando por la extensión de mi cuerpo, palpando sobre la ropa.
- Busco mi móvil, se que lo tienes.- gruñe entre dientes, al tiempo que con eleva mi camisa y chaqueta, de forma que mi abdomen queda a la vista de todos los peatones que pasan por la acera.
- Claro que no.- pronuncio con la diversión filtrándose en mi voz, al ver el rostro sorprendido de una señora que pasa frente a nosotros.
Con una sonrisa ladeada tirando de mis labios, saludo a la mujer, que hace la señal de la cruz mientras gesticula algo así como, jóvenes degenerados, impuros, seguidores de satán", mientras sigue su camino.
- Claro que lo tienes.- insiste, al tiempo que siento una de sus manos apretar mi nalga, provocando que salte en mi lugar ante la acción.- lo siento.- se disculpa, una risa brotando se sus labios.
- ¿No es tu teléfono ese que traes ahí?- suelto, en cuanto diviso el pequeño aparato en el bolso que yace a nuestros pies.
Le observo tomar distancia para seguido observar el lugar que le señalo, el rubor tintado sus mejillas y parte de su cuello, mientras se apresura en tomar el bolso y móvil.
- Si querías manosearme podrías haberlo pedido.- pronuncio con altanería, mientras me acomodo la ropa.- vaya espectáculo has montado fosforito.- me burlo.
Después de unos meses me volví a enamorar. Sofia y sus ojos verdes me hipnotizaron, me volví esclava de ella, de su forma de amar, de su bondad, de su sonrisa, de su forma de hacerme el amor. Aquella mujer de 36 años se robó mi corazón por completo.