Carta 4: Domingos (Primera Parte)

Hay domingos un tanto distintos. Domingos con ganas de todo y nada a la vez. Amanecen los poetas, con ojeras, llevando un mal sabor en el corazón, pero con la sonrisa clavada en el alma. Se despiertan los bohemios, los enamorados. Contemplan a ese ángel acurrucado en sus brazos o aquel diablillo que los hizo tocar el cielo. Se duerme el despecho y despierta la resaca, la cabeza estalla y en el pecho se reconstruyen murallas.

Existen domingos donde no hay café por la mañana. Donde despertamos y lo único que divisamos son grietas, en las paredes, en el techo, en el alma y en el corazón. Existen domingos donde la soledad nos invade al escuchar los portazos de partida. Donde los demonios a los cuales embriagamos la noche anterior despiertan, se revelan y nos estrujan el miedo.

Otros domingos más bonitos en los cuales despertamos junto al amor, nos damos cuenta de lo afortunados que somos, de que el destino no es tan cruel como creíamos, que era cuestión de tiempo que nos aceptara ese tequila, se llene de emoción y se mude a nuestra habitación, aquel deseado amor.

En fin, domingos. Hay domingos para quedarnos en casa, leyendo un libro y bebiendo café. Hay otros donde aterrizan pizzas y desembarcan cervezas. Domingos de amigos, de familia, de salidas al parque o de visitas inesperadas. Domingos de idas y venidas. Domingos de oportunidades, de sorpresas, de sueños y nuevos comienzos...