Existen hombre que te conquistan por su elegancia, otros mayormente por su físico, en raras ocasiones por su inteligencia, a veces por su carisma, o su arrogancia... y en algunos casos por su dinero. Mi prosefor de leyes tenía la bendición, o mas bien la maldición, de tener todas esas cualidades, además de ser jóven y exitoso. Era esa clase de hombre que solo existía en tus sueños más salvajes, o quizá a kilómetros de distancia, no a cinco metros como yo lo tenía todas las mañanas. Tener a un hombre como él frente a mí era una utopía, y creo que por esa razón no ponía mucha atención a su clase; me la pasaba fotografíando su perfecta anatomía e intercambiando buenos ángulos, con mi amigo David, hasta que nuestro adorado maestro, Elián Evans, se enteró de dichas fotografías.