"Todos nacemos libres en este mundo", es lo que solía decir mi madre. Al principio, yo creía fervientemente en sus ideales, pasaba horas contemplando el cielo azul mientras soñaba con deseos ingenuos, fugaces. Ella siempre me miraba con ternura, y su dulce sonrisa hacía mi mundo más brillante, más interesante. Pero pronto entendí que todo era mentira. No existía nada de lo que ella decía. El mundo era cruel, sin esperanzas, con personas inocentes castigadas sólo por el capricho del azar. Ese era el verdadero mundo. El real.
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