Llegan.
Y de pronto, te descubre. Te desnudan con palabras y te deletrean con caricias. Llegan, y tú, pobre mortal, los amas, y los amas y los amas y los amas.
Y cuando de van, cuando se van, cuando se van, te das cuanta de por que los huracanes tienen nombre de personas.
Porque ni todos los angeles son santos, ni todos los demonios pecadores.
Los huesos gastados de una sociedad mágica que prefiere apartar la vista a la evidencia, se tambalea, y seres oscuros como el ébano emergen de entre las grietas de la tierra y se mezclan entre la gente y mueven los hilos de las marionestas para que bailen su compás. ¿Podéis escuchar las trompetas del Apocalípsis? Estamos haciendo historia.
Sólo jóvenes de corazones nobles y mentes fragiles, rotos, son capaces de alzar la vista, de contemplar el cuadro en su apoteósico caos. Solo algunos estúpidos osados son capaz de contemplar el eclipse que se alza sobre su cabeza. Solo unos cuantos pueden meterse en el ojo del huracán, y enfrentar a sus demonios que se comen su alma y se esconde entre los pliegues de sus parapados.
Y vivir para contarlo.