Así que lo único que les quedaba era huir. Huir. Como si de criminales se tratara.
Bueno, así era como la sociedad los trataba ahora. Y la verdad, ellos no habían cometido ningún crimen. O quizá sí, ¿Cuál? La falta de los siete era, simple y llanamente, ser un Gens de Magie.
¿Y qué era un Gens de Magie? Gente Mágica.
Personas con poderes, con dones especiales, con habilidades mágicas, capaces de hacer que las cosas se movieran con la fuerza de su mente, capaces de hacer que una flor marchitándose recuperara su vitalidad en segundos. Las habilidades que un Gens de Magie poseía dependían del elemento del que fuera huésped. Tierra, Fuego, Aire, Agua, Metal, Madera, en incluso, Luz y Oscuridad.
La guerra entre los seres humanos y los Gens de Magie había estallado hacia un par de años atrás. Pero Jimin estaba seguro de que la palabra guerra era incorrecta para denominar la situación. Era más bien una terrible cacería que le hacía recordar a La Santa Inquisición, que hacía que pensara en los Gens de Magie como las brujas modernas, como los herejes que dicha compañía torturó y aniquiló por las más pintorescas razones.
Jimin sabía muy bien de lo que hablaba, él era un empático, era una de las habilidades que poseía gracias a su elemento, la Tierra, hacía que estuviera más en contacto con cualquier ser viviente y pudiera entender su interior, sus intenciones, sus sentimientos. Y había comprobado los siniestros que eran los seres humanos encargados de emprender esa cacería en contra de los otros seres humanos que eran especiales, que eran un milagro de la naturaleza. No una aberración, como dichos soldados creían.