Hoy día, no es tan raro ser víctima de bullying. Los chicos grandotes y creídos de los institutos se la pasan mofándose de los más pequeños, extraños y diferentes; haciéndoles guarradas y golpeándolos. Por eso, el caso de Sean no habría sido un caso particular en esta larga retahíla de víctimas desgraciadas de no haber sido por la forma en la que se enfrentó a su problema. Sean era gay. Era un chico de complexión liviana y pequeña, de modo que fue el blanco de las burlas. Sin embargo, pocas personas he conocido que tuviesen tanto carácter como él. No solo se trataba de defender a los golpes, sino que se burlaba y provocaba a sus agresores. Hasta aquí, nada anormal (más allá de una gran dosis de estupidez o masoquismo), pero como, por supuesto, aquello era de poca ayuda para su problema, Sean ideó un plan. Se cambió de escuela. Se forjó una nueva identidad. Una ante la cual hasta sus viejos bullys caerían, sin saberlo, mucho tiempo después. Honestamente, no es que sea gay ni nada, pero este chico ha llevado a cabo el mejor plan de venganza que he visto jamás.