Cuando somos pequeños, nos es suficiente con cerrar los ojos, escondernos tras cualquier cosa y fingir que nuestros problemas no existen. Y nos lo creemos. Y mágicamente, terminan solucionándose. Porque al final, tampoco eran tan grandes.
Cuando crecemos un poco más, tenemos la estúpida esperanza de poder seguir haciendo lo mismo. Lamentablemente, no con el mismo resultado.
Adrienna estaba segura de haber olvidado todos sus recuerdos. Había inventado otros y tenía una nueva vida. Nada la llevaba al pasado. Nada, excepto su hijo. Irremediablemente, cada vez que veía aquellos ojos verdes, un ligero destello, la obligaba a volver a pensar en él. Fingía no hacerlo. No quería hacerlo. Pero volvía a pensar en Vincenzo y en sus hermosos ojos verde esmeralda.
Él representaba un soplo de aire fresco, pero también le hacía daño, acordarse del padre de su hijo. Es más fácil olvidar. Duele menos. Y no tienes que avergonzarte, por errores demasiado grandes.
El problema es que la vida, a veces, insiste en oponerse al olvido y aunque hayan pasado 10 años, todo vuelve. Y ésta vez, los recuerdos, iban a regresar pegando donde más duele.
Cuando alguien te dice: tu hijo está enfermo. Y es muy grave. No le queda mucho tiempo.
El mundo deja de tener sentido. Todo cambia. Empezando por ti. Y los días se suceden, como todo lo que no tiene ninguna lógica. Las personas siguen sonriendo, soñando, viviendo... como si el simple hecho de que tu hijo esté luchando por su vida, no sea suficiente para pararlo todo, como sucedió con tu mundo. Ése. El que tú creías perfecto. O casi.
Adrienna entendió solo en ése momento, que ya no podía seguir cerrando los ojos y soñando con milagros. Ya no era aquella niña pequeña, a la que los demás, le solucionaban sus problemas. Ahora había crecido y tenía que enfrentarse a la vida, aunque por el camino, tuviera que dejar ir a alguna que otra persona. Gente que al final, no era tan irreemplazable como ella pensaba.
Hay heridas que el tiempo no cura. Y personas que llegan justo cuando menos puedes permitirte sentir.
Katherine no buscaba a nadie. Mucho menos a él.
Después de perder a su padre, aprender a fingir que estaba bien se convirtió en parte de su rutina. Se refugió en sus amigas, en su mundo ordenado, en la seguridad de una vida sin sobresaltos.
Hasta que la noche de la graduación lo cambió todo: una traición, un vestido arruinado... y un encuentro inesperado con un chico que no tenía ni idea de cómo dejar de provocarla.
Él era todo lo que no necesitaba.
Distante. Arrogante. Afilado.
Pero por alguna razón, imposible de ignorar.
É𝐥 𝐦𝐞 𝐫𝐞𝐭𝐚𝐛𝐚, 𝐲 𝐲𝐨 𝐚𝐜𝐞𝐩𝐭𝐚𝐛𝐚 𝐞𝐥 𝐝𝐞𝐬𝐚𝐟í𝐨 𝐬𝐢𝐧 𝐝𝐮𝐝𝐚𝐫. 𝐀𝐬í 𝐟𝐮𝐞 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐧𝐨𝐬 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚𝐦𝐨𝐬... 𝐘 𝐚𝐬í 𝐞𝐬𝐭á𝐛𝐚𝐦𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐚 𝐞𝐧𝐟𝐫𝐞𝐧𝐭𝐚𝐫𝐧𝐨𝐬, 𝐚𝐭𝐫𝐚𝐩𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐞𝐧 𝐮𝐧 𝐣𝐮𝐞𝐠𝐨 𝐬𝐢𝐧 𝐟𝐢𝐧𝐚𝐥.
Un vaivén de tensión, orgullo y límites que ninguno supo cómo manejar.
Una historia de miradas que arden, silencios que pesan, y emociones que duelen más de lo que deberían.
Porque a veces, el mayor peligro...
es alguien que consigue que quieras volver a sentir.