Sus manos acariciaban mi piel haciéndome temblar. Quería que me torturara, que hiciera con mi cuerpo todo lo que quisiera y quitara este deseo que había creado en mi desde el primer momento en que la vi. Movía sus caderas contra mi haciéndome gemir en cada envestida y solo podía pedirle que no parara con el poco aliento que me quedaba. Sentía como la piel me quemaba, como recorría mi cuerpo con ansia y eso me hacía desearla más, si así sería mi vida a partir de ahora no me importaba, podría acostumbrarme siempre a esta vida, solo sé que ella se había convertido en mi mayor obsesión y no pararía hasta seducirla y que fuera solo mía. Era un juego peligroso, pero aceptaba el reto y ya veríamos a donde nos llevaba esto.