El pintor Toherlie había creado su obra maestra; lo mejor que en su vida había visto. No podía apartar aquellos trazos, esas curvas, tales colores... De su mente no podían salir. Mucho menos la dueña de esos colores. No obstante un día, el siguiente al de la creación de aquella composición, se encuentra con alguien muy familiar llamando a su puerta, muy, pero muy familiar. Casi podía sentir la pintura con la que trazó sus finos rizos en los cabellos de la mujer que llamaba a su puerta. Buscándole. Buscándole a él. Sólo a él.