¡Emigrar es triste, es una decisión que duele!, y esa tristeza la tiene que vivir uno solo, ya que no acepta que se comparta, haciendo una mella mayor aún, en las personas profundas y sensibles. Es incluso más perversa que el dolor, porque éste tiende a irse con el tiempo, mientras la tristeza en muchas ocasiones se acrecienta con el mismo.
Tomar la decisión de emigrar requiere de coraje, de valentía pero ser valiente ante esto no es fácil sale muy caro.
¡Hay momentos de la vida en los que hay que ser muy valientes para emigrar, y muy valientes para quedarse!
No es fácil salir de tu confort, para ir a lo desconocido.
Quiero expresar en estas líneas el dolor de una madre, de la familia en general, cuando un hijo, hermano, sobrino, nieto, tío, cualquier familiar impulsado por factores externos abandonan el país. Todo ese pesar, ese sentimiento de tristeza es lo que me impulsa a escribir.
A las madres ese distanciamiento las marca, es como una pérdida. Todos sabemos que para una madre la felicidad del hijo, también es la de ella, y cuando ese miembro de la familia decide abandonar su país, luchar contra la desilusión, la desesperanza y salir en busca de FUTURO, ellas se desmoronan, pero tienen que levantarse y darles el apoyo que en ese momento necesitan.
Aquí les presento una vivencia, una historia de una familia que obligada por las circunstancias económicas-políticas-sociales se ven precisados a empacar sus sueños e ilusiones a dejar atrás sus proyectos de vida, todo lo que con tanto amor y sacrificio construyeron.
Ellos van es pos de bienestar para su familia, de seguridad física, moral, jurídica, alimentaria, médica, en fin desean tener "una vida digna"