Por fin cómoda, sueños entre almohadas, una indefensa figura recostada de forma fetal, abrazando sus piernas como una protección, se remueve un poco en su lugar y de repente pasa, ese sentimiento vuelve, la insatisfacción... El dolor. Su cuerpo comienza a temblar mientras lágrimas se desprenden solas de sus ojos, el dolor de cabeza hace su aparición y la desesperación aumenta, muerde su labio inferior y rápidamente se levanta, trata de buscar unas pastillas en el cajón a su izquierda pero su visión se nubla, su respiración se agitaba haciendo que gimoteos cortados salieran de su garganta, tapó con su mano rápidamente su boca de forma brusca, rasguñando sus mejillas, obligándose a sí misma a callar, jalando fuertemente su corto cabello de color miel, para finalmente tratar de ahogarse con la almohada que en un principio le brindó paz, una paz efímera, sólo para que las punzadas en su pecho aparecieran como cada noche. Pero la noche tenía ventajas, las dos más importantes, soledad y la obscuridad que ocultaba todas sus cicatrices y sollozos, arrastrándolos consigo para no dejar ningún rastro.
Hasta la rosa más brillante y pura puede oscurecerse. Aunque eso no le quita su belleza le quita la esperanza y las ansias de vivir. Las rosas negras son contempladas, pero ellas mismas son efímeras ya que se ven como un deplorable punto en la humanidad.
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Arodmy Darotski, no se enamora él se obsesiona. Su pensamiento siempre fue no perder el tiempo con crías menores que él, seres inexpertos como suele llamarlas.
Pero todo cambia cuando conoce a su dulce y tierna empleada quien poco a poco se ganará su confianza convirtiéndose en su gerente general.
Loliery es todo lo contario, dulce e inocente.
El destino los unió y Arodmy se obsesionó.