El furioso viento se escurría entre las copas de los árboles haciendo que las sombras de estos se vean aun más tenebrosas, una de esas bravas brisas azoto mi ventana con fuerza provocando que se abriera. Me acerque a cerrarla pero algo llamo mi atención en la casa de enfrente, cuya ventana de la habitación principal daba con la mía.
Allí, con la ventana abierta de par en par, había un chico. Un adolescente, más o menos de mi edad, tenía el cabello corto y oscuro haciendo juego con sus ojos color morrón... esos ojos que estaban clavados precisamente en los míos. Tenía una mirada tan penetrante y me miraba tan fijamente que me hizo sentir escalofríos. Llevaba puesta una campera negra de cuero y no llegue a ver sus pantalones. Tras notar que ninguna sonrisa o alguna mueca parecida se asomo por sus labios si no todo lo contrario, al parecer miraba con odio, corrí la cortina.
Aquel hogar solía pertenecer a un amable anciano llamado Mario Thompson, debido a su edad había muerto hacía unos años atrás. La casa había quedado abandonada desde entonces, su mal estado llamaba tanto la atención que mi madre solía decirle a mi hermano menor, David, que si no se acababa toda la comida lo dejaría en la casa embrujada, refiriéndose a la de nuestro antiguo vecino...
¿Alguna vez te has sentido observada? ¿Has tenido esa sensación?
Mi vida era sencilla y aburrida. Me había criado en un pequeño pueblo al norte de Minesota con unos padres muy estrictos que marcaban mi rutina y la de mi hermana: de casa al instituto y del instituto a casa.
Siempre me había sentido segura, hasta que cumplí los diecisiete. Fue entonces cuando esa sensación apareció, sentía que alguien me vigilaba, ya fuera en casa, en la calle o en el instituto siempre sentía unos ojos fijos sobre mí.
Mis padres no me creyeron, así que me propuse averiguarlo.
Mi instinto me decía que nada bueno saldría de aquello y así fue.
Ojalá no haberlo descubierto.
Ojalá no haberlo retado.
Porque una vez que Evan entra en tu mente es imposible sacarlo de ella.
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