Amor, locura, temor, éxtasis y dolor: cada emoción es como una droga distinta que nos permite lamernos, con diferentes sabores, la misma herida. A imagen y semejanza de Dios, quizás somos todos adictos a la dosis justa de (des)control.
Quizás toda la existencia no sea más que un breve trance eufórico en medio de un silencio eterno. Podríamos ser un pensamiento fugaz en la mente de Dios, mientras yace intoxicada, paralizada sobre el pavimento. Soñando, entre las arcadas y el sudor frío, que es las ruinas de un cuerpo abatido, incapaz de contener la marea salvaje que lo desborda por dentro. Alucinando que en su interior todos viajamos a través de algo inconcebible llamado "espacio-tiempo". Quizás un desvarío nos ha enseñado todo lo que conocemos.
Y es que no hay trance más delirante que la vida misma, la muerte y la poesía. Con o sin drogas, este lugar es un manicomio donde abundan los accidentes. Cuidado con los universos que creas en tu mente, con o sin drogas, depende de ellos que tan apacibles se sentirán los demás locos a tu alrededor. También que tanto te amarán las criaturas en tu interior, aquellas que te llaman Dios.