Sin levantarse de la cama, con la piel blanquecina por la ausencia de luz provocada por las gruesas cobijas que sustituían las cortinas que impidían al sol entrar a su fría y sola habitación; se encontraba Margareth, con días de suciedad en su piel, con su cabello hecho un desastre. Con el gran esfuerzo de volverse a dormir y no pensar.