-Amaia, ¿estás bien?- pregunta al oír mi respiración nerviosa. Me conoce demasiado bien. -No lo sé- contesto, sincera y rota. Él suspira. -¿Quieres que me vaya? -No lo sé- vuelvo a contestar. -Pues me voy- oigo como empieza a incorporarse. No sé si se va de la cama, de esta casa o de mi vida. Pero, el saber que, de una forma u otra, se va no me alivia. Al contrario, me duele y asfixia. Me giro hacia él, cuando se está levantando y le retengo tirando de su brazo. Él se detiene y busca una respuesta en mi mirada. -Quédate, por favor- sale de mis labios como una súplica.