La tierra estaba dando sus últimos respiros y todos lo sabíamos, aunque la mayoría decidía no admitirlo. Habíamos abusado de sus recursos por miles de años sin retribuirle nada, como si el fin fuera algo distante o imposible, de película. Poco sabíamos o, mejor dicho, no nos importaba, que ese fin sí existía y estaba en nuestras propias manos. Era el año 3040 y estábamos acabados por propia negligencia. Ya casi no había recursos, solo para nosotros los de clase alta y los precios que había que pagar eran exuberantes. El resto, los indigentes, los marginales, no sé cómo sobrevivían, pero los veía inundar las calles pidiendo limosnas, comida o cualquier cosa. Eran invisibles, eran los olvidados, los que nos recordaban el daño que habíamos hecho y que no podíamos arreglar. Fue ese año que una noticia nos paralizó: la existencia de inteligencia superior. Estos seres nos habían estado espiando por años y habiendo deducido nuestro fracaso en la Tierra, habían creado un sistema que podría ayudarnos. Habían logrado clonarnos y dar a nuestros dobles personalidades distintas a nosotros, características nuevas que ayudaran a recuperar la Tierra. Y nosotros podíamos fusionarnos con nuestros dobles, ser uno. Y mejor. Pero yo no estaba dispuesta a perderme, a dejar que otro alguien me reemplazara, incluso si tenía buenas intenciones. No. Nunca me fusionaría. Nunca.
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