En el amplio mundo muchos reinos se han alzado, toda clase de criaturas y de civilizaciones han viajado por los vastos valles, pero pocos lugares pueden compararse a la tremenda majestuosidad que alguna vez tuvieron las ahora llamadas tierras de Dunok. En este lugar se rigieron imperios, separados de todo lo demás eran solo leyendas lo que llegaba a los otros reinos, y aun ahora cuando de lo que antes era solo quedan cenizas, nadie sabe qué fue lo que paso en este lugar, y sus tesoros, tradiciones y conocimiento están enterrados entre la maleza y la muerte. Pero casi todo lo que está perdido puede recuperarse, aunque a veces sería mejor que no fuera así.
Durante años, la avaricia, la estupidez y el alcohol barato han llevado a cientos de aventureros a adentrarse en aquellas tierras salvajes, aunque ni uno solo a vuelto. Todos las leyendas eran irresistiblemente perfectas, tantos tesoros, poderes, historias; parecía que todo cuanto existiese podía ser encontrado detrás de unas ruinas rodeadas de matorrales. Eso nos lleva a nuestro buen protagonista, un joven estudioso, que había pasado su vida en busca de las más asombrosas criaturas, y que, como casi todos los conocedores, considera a Dunok como el santo grial de la ciencia: bestias, plantas, historia, cultura, alquimia, medicina e incluso ocultismo, todo cuanto se pudiera investigar rebosaba en cantidad y calidad dentro de aquellas tierras malditas, ante esto nuestro joven soñador inicia un viaje con una caravana de investigadores aventurosos para así dar con la cúspide de su carrera, encontrar evidencia clara de la existencia de los dragones y de ser posible conseguir muestras de su anidaje y vida en esas tierras, es decir, dar con un huevo de dragón, y vivir para contarlo.