Guerras. Una tras otra. Ciudades bombardeadas. Explosiones insaciables que iluminan la atmósfera y la cubren de una niebla negra, humo. Niños en las calles pidiendo comida, gritando “ayúdame” con palabras mudas. Enfermedades. Escombros. Agresividad. Desesperación. Dolor.
De todo ello es de lo que los gobiernos nos quieren aislar. Quieren que olvidemos la realidad, el sufrimiento. A la otra gente. Personas que no han tenido la misma suerte, que no pudieron escapar de las manos de las autoridades y quedaron allí, en la superficie, atrapados en el campo de batalla. Pero a mí no me han convencido. Ellos no constituyen una amenaza para la seguridad. Ellos no tienen la culpa de nada de lo que está ocurriendo. El peligro se encuentra aquí, con nosotros, escondiéndose a kilómetros bajo tierra, rodeados de agua.