Las vidas de Gala y Pablo cambiaron el mismo día en que se conocieron en la fiesta de una emisora de radio. Ella tenía 26 años, vivía en Madrid. Su vida era como ella había planeado. Trabajaba en algo que le gustaba, vivía en un bonito piso con su novio de la Universidad, seguía teniendo las mismas amigas de su infancia... Todo estaba en orden. Demasiado en orden. Siempre había sido conocida por su vitalidad, su alegría, su eterna sonrisa. Sin embargo, durante los últimos meses la rutina se apoderaba de su día a día y de su relación. Ella se negaba a aceptar que necesitaba nuevos retos, dejarse llevar, vivir nuevas experiencias... porque pensaba que su vida llevaba el rumbo que la sociedad establece y por tanto las cosas debían ser así. "Esto es crecer" , se repetía a menudo, acompañado de un "no me puedo quejar".
Pablo tenía en aquel momento 32 años. Estaba en lo más alto de su carrera profesional. Llenaba salas, sus canciones alcanzaban los primeros puestos en todas las listas de éxitos y no paraba de recibir premios. Había decidido comprar una casa en Madrid y mudarse ya que cuando estaba en España pasaba más días en la capital que en Fuengirola por sus compromisos profesionales, sin embargo su novia de toda la vida no había querido acompañarle en ese paso. Ella quería seguir viviendo en su ciudad y mantener su empleo. No estaba preparada ni segura de querer dejarlo todo y empezar de cero en Madrid. Aunque fue una decisión consensuada, ya que Pablo lo entendió, aquello marcó un punto de inflexión en su relación.