Las palabras les ardían en la boca, y bebían insistentemente de sus copas para intentar acallarlas. Los ojos les brillaban como fuego cada vez que se miraban. Cambiaban de postura sin parar en esa riada de gente para evitar cualquier contacto, tanto físico como visual, pero era imposible. Se atraían como el metal al imán, como el hambre a las ganas de comer. Como el lobo disfrazado con piel de cordero a su presa.
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