Oscuridad... Letanía... El bosque de hiedras por la noche la llamaba..., siempre la había llamado en las heladas noches sin Luna... Desde niña lo soñaba; espantosas pesadillas la martirizaban, cuando en los lluviosos inviernos visitaban a su abuela junto al bosque. Envuelta en un manto de sombras despertaba empapada, llorando, sin recordar nada en absoluto; temblaba con espanto, pero sin saber qué siniestras figuras habían danzado por su alma. Su pecho estremecido, pero su mente vacía y negra como la solitaria fosa. Entonces descendía volando las escaleras, crujiendo la madera con malsana indignación, y se adentraba en la espesa penumbra, en esos pastos crecidos e impíos del huerto junto a la casa; y corría poseída de una fuerza irracional, desconocida, seductora, que la hundía en esa oscuridad infame, a la sola luz de las débiles estrellas, cuando ni siquiera la Luna osaba asomarse, presa quizá de un arcano temor. Amanecía incontables veces abrazada a algún viejo árbol muerto, en medio de un claro del bosque, cuando su madre o su abuela la encontraban luego de una búsqueda desesperada que se volvía cada vez más habitual.