Consagrar su vida a Dios es algo que se hace para toda la vida, sin embargo, el sacerdote Choi Min Ho tenía claro que con la fidelidad a Dios no era algo que podía cumplir, no cuando había un adolescente rubio que podía hacer que se olvidara de los sermones que daba los domingos en la misa y, si no tuviera experiencia dándolos, se habría quedado en blanco cada domingo frente a los feligreses. Ese adolescente era como un hermoso demonio reencarnado en un humano que lo tentaba a pecar.