Uno, dos, tres...
Uno, dos, tres...
Podía sentir cada copo de nieve cayendo en mi cara.
Uno, dos, tres...
Podía sentir cada sensación que me producía.
Uno, dos, tres...
Le podía jurar a cualquiera que, estaban haciéndose presente, en algún lugar de mi mente, cada recuerdo doloroso de los errores que había cometido en mi vida.
Y en un rincón, alejado y casi escondido, estabas tú, como mi más bello y doloroso recuerdo que intente borrar y ocultar pero había cometido la osadía de desafiarme a mí misma, volviéndote a pensar.