Vástagos: Líneas De Sangre
La noche que todo cambió, no había luna.
Sólo el viento, como uñas rasgando las ventanas, y el eco lejano de algo que se arrastraba entre los árboles.
Yo estaba allí, de pie bajo la lluvia, con los zapatos llenos de barro y el corazón latiéndome en la garganta como un tambor de guerra.
Me habían dicho que no mirara hacia la oscuridad, que cerrara los ojos, que ignorara las voces que me llamaban desde el otro lado.
Pero yo ya sabía que era tarde. Cuando la oscuridad decide amarte, no pregunta.
Te toma.
Primero, fue su voz: suave, como una promesa envuelta en seda.
Luego, sus manos: frías, como la muerte que no avisa.
Y yo, ingenuo, desesperado por ser visto, le tendí mi alma como si fuera un cordero en el altar.
Amé a un monstruo.
Y cuando me arrancó la piel a tiras, sonreí, creyendo que era amor.
No sabía entonces que el amor verdadero no devora, que a veces, el verdadero enemigo no es el colmillo que atraviesa, sino la caricia que paraliza.
Caí.
Y lo hice más de una vez.
Hasta que aprendí a dejar de pedir permiso para respirar.
Esta no es una historia de príncipes ni de redenciones. Es una historia de sangre, de cadenas rotas, de lobos que aúllan para recordarse que están vivos.
Es mi historia. Y ahora que has abierto estas páginas, ya es demasiado tarde para volver atrás.
Ven.
Prometo que dolerá.
