El girasol. Planta de tallo alto, grueso, verde. Hojas amarillas que le rodean el corazón negruzco.
Cada día, los girasoles despiertan al alba y pernoctan al anochecer. Sin embargo, su danza continua en torno al astro celestial. Lo siguen de este a oeste, cual agujas de un reloj.
Día con día lo hacen hasta que llega el momento en que no lo vuelven a hacer. Alcanzan la madurez y con ello, aquella rutina perece.
Esteban, hombre de negocios. Amante a la antigua. Corazón impasible y sueños pendulantes.
María, mujer de sueños vagos. Días interminables y vida particular.
Ambos caminos se cruzaran en un parpadeo de la vida. Indudablemente alguno de los dos terminará con el corazón roto o más.
Pero un giro determinará su futuro.
El sacrificio de un girasol buscará al astro celestial en las alturas y se despedirá en una última ovación para dar paso al pseudo amor para unos. Para otros, al verdadero amor.
El principio de lo que uno siente, vive y sueña no será determinante a lo largo de esta crónica. El verdadero punto y aparte yacerá de lo que se es capaz de hacer por la inmundicia palabra AMOR.