Las épocas privilegiadas aquellas donde la hoja se envainaba y con tinta se pintaba, cuando aún los caminantes del Shanir murmuraban por los vientos, y con prudencia su dominio gobernaban. Existió una leyenda forjada por la utopía acogida por los fieles, quiénes con magnificencia cautivaban a su audiencia con la elocuente historia, sobre un ser lleno de nobleza y escaso de cordura. Una imagen que aún en tiempos bélicos y faltos de sentido, se le veneraba como cualquier otro importuno heredero, esos que se dejan dominar por las faldas y no por los ojos de las doncellas, quiénes sin embargo contribuían a la ceremonia de tan importante figura; Aquella que enfrentando la tormenta enfureció las fauces de las bestias, a quiénes con la desnudez de sus manos estremeció hasta el origen de sus causas. Siendo sus palabras un codiciado tesoro y el tiempo en que se degustaba su presencia un manjar para los ociosos, fueron las claves para levantar al difunto sembradío que con entusiasmo transmuto al sueño de caminantes, tierras y animales. Martillos caían sobre tierra adormecida despojándola de sus bienes inmorales junto a sentires demacrados por la manipulación, creando resistencia por alianzas infértiles llenas de corruptas pautas entre los pocos sobrevivientes. La unión por conservar aquélla anomalía no hizo más que mentirles a sus allegados acerca del cambio, la torpeza e inhalante flaqueza por comprender las ventajas del mismo. Obligo a que la caída fuese más dura, desquitándose una vez más con las mudas e inocentes almas, yacientes descalzas a pies del creador de guerras nombrado ira, otros optaron por llamarlo codicia, pero sus actos hacían que se le reconociera como ser humano…