El joven frente a mí se apartó de los pies de mi cama y comenzó a caminar por la habitación, dando pasos lentos, pero firmes, mientras una pequeña sonrisa aparecía en sus labios. Como si meditara mi petición y esto le causara algún tipo de gracia. -Joven enamorado, no puedo darte un día de vida. Pero puedo darte una hora, solo eso, no más.- Vi cómo poco a poco se encaminaba una esquina oscura de mi habitación. -Aprovéchala sabiamente.- Dijo, para después perderse en la oscuridad. Una hora, solo una hora.