MATO HUMANOS, EFECTIVO ¡DESPÍDASE DE LAS PLAGAS!
Sí, todavía yacía ahí el estúpido cartel que su rebelde amigo había colgado. Estaba repleto de moho marino y percebes, pero se alcanzaba a ver claramente la caligrafía tan pésima de Biggy, de quien amaba tanto burlarse bajo la absurdidad y bobería de su nombre. Pero en fin, Bi, diminutivo que él mismo se había puesto, estaba más que resentido con la humanidad, esa que despellejaba y devoraba a los inocentes animales que no poseían contra parte humana como las sirenas que eran ellos. El ser humano siempre había mostrado ser propensa a temer a todo lo que le pareciese extraño, y destruirlo. Si no conocían algo a ciencia cierta debía morir, esa es su lógica, su manera tan estúpida de pensar.
Bi estuvo a punto de convertirse en una víctima más de los humanos cuando, al visitar a unos familiares allá por el Pacífico, tuvo la mala fortuna de encontrarse con un barco ballenero cargando a niños y adultos en su contra parte animal, muertos, llevándoselos del océano de su sangre y lágrimas. No sabía a ciencia cierta lo que hizo después de ver aquella escena tan chocante, pero sí que ello tuvo consecuencias en una fea cicatriz que ahora dibujaba su aleta y su falta de fe hacia la humanidad. Para él todos los humanos eran igual de crueles y egoístas que los pescadores de aquella vez, y por tanto su misma existencia se trataba de un error enorme.
El proyecto comenzaba muy humildemente: se compró una residencia propia para convertirla en su lugar de trabajo del lado más rico de la ciudad, Sea City, y ahí colocó su primer letrero, ese letrero, el letrero que definiría el rumbo de su vida a partir de entonces.