AÑO 2029
Helena se había preguntado muchas veces qué estaba haciendo allí, pero nunca como ahora.
Aquella chica bajita, la de la cola de caballo y las camisetas de colores chillones, la miraba desde el banco de enfrente como si se estuviese preguntando lo mismo. Mantenía la cabeza un poco gacha, la barbilla prácticamente enterrada en el cuello, y la observaba por debajo de su frente demasiado ancha: en conjunto, manifestaba una desgana casi infinita. Como todos ellos, estaba cansada, y ya no parecía importarle demasiado si la incomodaba o no: se limitaba a estudiarla con aquel gesto suyo de derrota, impenetrable y patético, casi como si no la estuviera mirando a ella, como si fuera un árbol, o un banco, pero no una persona.
Esa chica le ponía nerviosa. Se tensó en su sitio, y empezó a retorcerse el borde de la camiseta, proporcionándose así una excusa para desviar la atención a otra cosa.
Llevaban yendo a aquel parque todos los días desde hacía ya casi dos semanas. Los primeros en llegar, a eso de las siete o las ocho de la mañana, se sentaban en alguno de los bancos, a esperar, y de allí nadie se movía hasta bien entradas las doce. Cada día que pasaba parecían acudir más y más chicos, aunque las respuestas siguiesen sin llegar, y, en consecuencia, los bancos se habían acabado rápidamente: ahora los más madrugadores eran los únicos que podían garantizarse una plaza, y los demás habían empezado a buscar soluciones más creativas que sentarse simplemente en el suelo, aunque cada vez fuese más y más difícil conseguir hacerse un hueco.