Cásese conmigo. Y es que Amber Bramson, antes de escuchar aquella propuesta, ya se visualizaba bordando y cuidando a los hijos de su hermana como toda solterona consagrada. No esperaba ni pedía nada más, es decir, su edad tampoco se lo permitía, veinticuatro años bastaban para robar toda ilusión de una dama. Sin embargo, ella jamás pensó que una caminata en Hyde Park la pondría en serios aprietos, pues su problema no era que él fuera americano; no, claro que no. Su problema radicaba en que era un americano grosero y un pícaro atractivo que estaba empecinado en casarse con ella y llevársela a América. No escuchaba, no entendía y, al parecer, no podría librarse de él. Dado que Randall Morrison no pensaba abandonar Inglaterra si no era con ella como su esposa.