Con 40 años de edad, Darcy Lewis observaba el reflejo de su rostro en el espejo tocador, de su habitación. No pudo evitar dibujar un leve puchero en sus labios al notar que las canas cada vez más visibles junto con arrugas en su rostro. -¡No puede ser!- exclamó con horror mientras tomaba un mechón de su cabello con las manos y lo acercaba al espejo.- ¡Lo que me faltaba! Su espesa cabellera castaña era adornada por una cana, ¡una cana! Una maldita cana blanca y larga, otra señal de que los años le estaban ganando y pasaban por encima de ella una y otra vez dejando más arrugas en su cara, y pronto mas canas. Ni siquiera sus cremas anti arrugas podían luchar contra sus años. ¿Ahora tendría que empezar a pensar en comprar tintura? -Acéptalo Darcy Lewis, ya no eres la jovencita que solía andar detrás de Jane Foster apoyando sus ideas locas.- se dijo a sí misma mientras soltaba lo que parecía un suspiro de resignación.- Debería ir buscando bastón y silla de ruedas. Y un buen asilo en el que me atiendan como la anciana que soy.