Puede que los caballeros no existan, es más, puede que no exista nada realmente que sea bueno en su totalidad. Puede que Sansa no fuese de las personas que aprendiesen rapido... Pero ella aprendía. Desde que su padre murió, todos sus sueños se volvieron oscuras pesadillas que la ahogaban en su tremenda oscuridad. Sin embargo, entre aquella penumbra, la chica divisó una luz. Una luz verdadera, una luz que aunque caprichosa y gruñona, siempre había estado a su lado, protegiéndola y cuidándola, como si la verdad que nunca había querido ver se manifestase de una de su manera mas grotesca. Ahora que sabía de su existencia, ahora que sabía su origen... No lo iba a dejar escapar, aunque fuese por una noche. Asi que, conocedora de la verdad, Sansa decidió aferrarse a esa verdad que temía y que la liberaba, esa verdad fuerte como un jabalí capaz de matar de una envestida y dulce como las manos del sol. Aquella, ¡aquella era la luz que se negaba a ver, una luz con forma de perro!