1964. No nos conocimos en una escuela. No nos conocimos en el trabajo. No nos conocimos viviendo al lado. Cuando nos conocimos, ni siquiera tuvimos oportunidad de hablarnos, solo nos miramos. Y no me enamoré al instante. No caí a tus pies. Al menos, no tan pronto. Solo sentí una pequeña sacudida en el interior de mi pecho, sudor en mi cuerpo, temblor en mis manos y un fuego intenso alrededor de mi rostro. Pensé en ti por toda una semana. En tus ojos. Eso fue lo que más recordé; tus ojos cafés.