Por fin llegó el momento de irme a la universidad y el sueño de escapar de la idílica vida londinense se hacía realidad. Me despedía de los vestiditos de domingos, los brunches con desconocidos vestidos de corbata, de todas esas joyas que me hacían parecer 20 años mayor, pero mi madre me animaba a llevar. Yo y mis pantalones rotos (escondidos en el fondo del armario hasta la fecha) empezábamos una nueva etapa lejos de las miradas de esas mujeres con peinados de peluquería. Todo parecía perfecto, hasta yo misma me imaginaba como una más, pero eso no duró mucho. ¿Es que no puedo ser normal por un segundo en toda mi maldita vida?