Cuando todo estaba perdido, cuando Dios me había abandonado y yo simplemente me iba a quitar la vida, alguien vino a visitarme. Estaba yo, solo, encerrado en un baño con un revólver calibre 32. En el espejo, sin embargo, apareció él. Supe quién era de solo verlo, no sé por qué. Supongo que a todos les debe pasar en su presencia. Me ofreció un trato, y yo acepté. Primero, me pondría el revólver en la boca. Luego, apretaría el gatillo. Finalmente, sería inmortal, lo contrario a lo que deseaba en aquel momento. Pero habría una diferencia: sería algo así como el espía del diablo. El del trabajo sucio. Y tendría todo lo que siempre soñé. O casi. Y ese casi, a decir verdad, marcaría una diferencia importante.