Nadie pudo elegir un nombre que me definiera mejor que mi bendito padre: un rubí en bruto esperando a ser pulido para que brillara más que cualquier otra cosa. Y así fue el resto de mi juventud; inmersa en mis libros como una rata de biblioteca. Pero tras licenciarme en Arqueología y Lenguas Muertas, supe que mi destino no era quedarme en un sucio museo recopilando viejos papeles u observando réplicas insignificantes sino...saqueando tumbas y adquiriendo objetos extraordinarios. Tenía la inteligencia, sólo me hacía falta la fuerza.