Don Quijote de la Mancha (I)

Obra capital de la lengua castellana, clásico indiscutido de la literatura universal, Don Quijote de la Mancha ha sido objeto de múltiples interpretaciones, de variados análisis -no siempre afortunados- y de minuciosos y eruditos ensayos que pretenden echar la luz sobre su verdadero significado; así, cada una de sus palabras ha sido valorada, puesta a trasluz, sopesada en solitario y dentro de su contexto, en busca de un propósito ulterior. La exuberante devoción de los estudiosos tropieza, invariablemente, con dos escollos difíciles de abordar: la claridad y sencillez que distinguen la prosa del autor de La Galatea. Miguel de Cervantes puntualiza en diferentes pasajes del Quijote sus intenciones; ya en el prólogo advierte que la novela sólo pretende ser "una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón".
Sin embargo, las loables precisiones cervantinas se ven superadas por el resultado final de la obra; el Quijote es mucho más que la divertidísima crónica de las andanzas de un hidalgo manchego que ha enloquecido por leer demasiados libros de caballerías. En sus aventuras se cuestiona el conocimiento de la realidad y el uso que se hace de esta facultad, las vicisitudes de la condición humana, el imprevisible destino del hombre y el sentido último de la vida, que está sujeto a equívocos y a las más diversas interpretaciones. Cervantes, muy hábilmente, rehúye cualquier intento moralizador, jamás insinúa una respuesta a tan graves problemas, permitiendo que el lector saque sus propias conclusiones. Tal vez de ahí radique la principal razón de la permanente actualidad de Don Quijote de la Mancha.