Berenice era simpática, espontánea y una alumna sobresaliente, pero sobre todo era una excelente amiga, nadie podía decir lo contrario. Cursaba el último año de bachillerato y sobrevivía a cada día con ayuda de Álvaro. Él era mucho más que su mejor amigo, era como un hermano, su persona favorita y era quien la ayudó a salir del pozo más profundo en el que había estado. Berenice era curvy o plus-size o gordita y aunque en el presente era poseedora de un amor propio solido, no fue así durante su niñez. Con ayuda del capitán del equipo de fútbol logró comprender que ella era mucho más que el número en sus pantalones. Aprendió a vivir bajo los insultos de su madre, las burlas de su hermana de trece años y la indiferencia de su padre. Pero no todo era oscuro para ella, de hecho, no lo era en lo más mínimo, porque en su corazón había amor. Un amor tan intenso y profundo, tan real y fuerte por un chico que no, no era su mejor amigo, sino el mejor amigo de su mejor amigo... Iker.
Iker era el portero titular de instituto. Popular, por supuesto. Guapo, claro que sí. Y era un amigo cercano de Berenice, tal vez no tan íntimo como Álvaro, pero era un amigo al final y aunque ella llevaba enamorada de él casi desde que lo conoció, no era capaz de confesárselo. Berenice tenía códigos de amistad y uno de ellos era jamás arriesgar una amistad. Jamás echarlo a la suerte. Iker le importaba tanto que prefería anhelarlo por el resto de su vida, antes que perderlo por un impulso adolescente.
Lo que Berenice no sabía era que él también tenía códigos, solo que un poco diferentes. Para él, el amor era suficiente para arriesgar, para dejarse llevar. Para él, el amor era algo inevitable y aún más el amor por ella...
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