A los 15 años empiezo a experimentar visiones. Nunca entro en pánico. A veces es ventajoso, especialmente, para exámenes sorpresa. Cumplo los 16 años con mucha discreción sobre mi condición especial. Mis visiones a veces duran segundos, en otras ocasiones minutos. Y muy raramente, logran interrumpir mis sueños preservándose por varias horas seguidas. Sin embargo, todo cambia cuando conozco a Eduardo. Antes de tratarlo en persona, ya lo había visualizado. Hemos hecho varios planes juntos. Tanta es mi felicidad, que me demoro en asimilar la evaporación de mis visualizaciones por completo. Y justo cuando empiezo a gozar del presente y me siento atraída por el futuro incierto, visualizo un instante particular en mi vida. Me futurizo a lado de un chico completamente diferente, casada y viviendo en Argentina muy lejos de mi familia. Ahora, mis visualizaciones duran días. Incluso, semanas completas. Logro tomar control de la situación, y conforme pasan los años, cobro más conciencia sobre la posibilidad de que mi potencial marido se me cruce en el camino. Y, cuando eso por fin suceda, tendré que decidir entre seguir lo que el destino ya eligió para mí o aventurarme a escuchar lo que en esos instantes mi corazón dictamine.