Eran los mejores jugando, claro que siendo creadores de su propio juego era de esperarse. Los límites eran claros, los turnos respetados. A Agustin siempre le gustaba salirse por la tangente, a Angela no le gustaba quedarse atrás. Y odiaban de sobre manera perder (y eran pésimos perdedores). Lo sabían y aún así, se arriesgaron. Nada es eterno cuando se vive en un incierto y fluctuante presente y resulta casi inevitable que el constante desafío no te lleve al límite. Y más allá de él. Pero como en todo juego, las reglas se hicieron para romperse. HOLA, ESTA HISTORIA NO ES MIA, ES UNA ADAPTACION, ESPERO QUE LES GUSTE