PRÓLOGO:
Siglo XIV, una época difícil para todos, ricos y pobres.
La enfermedad y la angustia recorrían las calles de las ciudades de Europa.
Esta historia me fue contada por mi padre, y le sumo algunos recuerdos que tengo de ella, en tanto la religión se antepone a su vocación y su curiosidad, la peste desarma familias, las destruye y mata, mata poco a poco. Debilitados por la falta de bienes, caen pobres y caen ricos, una tortura que no distingue raza, género o clase social, y nadie se escapa, o muy pocos lo hacen...
No hay iglesia que te salve, ni oración que te limpie, no hay sangría que no sangre y no hay cuerpo que respire, que no se pregunte la razón.
Cada barco que zarpa tratando de traer compasión para el pueblo, es la condena de otro que resistía a las guerras contra la peste.
Qué siglo este, que se hace presente y resuena en la memoria la oscuridad de estos días.
El conocimiento es peligro, peligro de perder poder, el miedo de no ser rico, el miedo de decrecer.
El pueblo de Wilson es tranquilo, regido por sus costumbres y creencias religiosas muy estrictas, donde Leigh ha crecido, siguiendo cada regla y pauta como se le ha indicado. Un pueblo donde no se recibe con mucha gracia a los recién llegados así que cuando Los Steins se mudan a su lado, Leigh no puede evitar sentir curiosidad.
Los Steins son adinerados, misteriosos y muy elegantes. Lucen como el retrato perfecto de una familia, pero ¿Lo son? ¿Qué se esconde detrás de tanta perfección? Y cuando la muerte comienza a merodear el pueblo, todos no pueden evitar preguntarse si tiene algo que ver con los nuevos miembros de la comunidad.
Leigh es la única que puede indagar para descubrir la verdad, ella es la única que puede acercarse al hijo mayor de la familia, el infame, arrogante, y frío Heist.