Los murmullos siempre eran para denotar respeto por el nombre que se pronunciaba entre curiosos, y los reflejos en las miradas gachas de los paisanos al pasar no eran más que una suma de muchas leyendas narradas... Es que era inevitable no expresar cautela ante la sombra de historias de aquel Errante. Generaba humildad hasta en Nobles de nuestra capital, y por qué no incluso pavor. Las bestias pérfidas siempre abandonaban de mala gana el lugar cuando reconocían la esbelta presencia que ocultaban esos ropajes. Es que cuando su silbido, cargado de malas vibras se propagaba por el lugar, nunca pronosticaba algo bueno. Su acero nunca se desnudaba en vano y cuando se oía ese lamento del metal, rápidamente era apaciguado en su funda. Es que nadie le hacía frente al Hombre Rojo. Es que ese hombre no distinguía de razas, sexos, edades ni estatus ni tampoco de otro juicio que no fuese suyo. De los oídos de sus pajaritos no escapaba ningún secreto, pues él sabía de cada jugada y de cada persona. Es que aquel sujeto era el último en sonreír. Es que ese Hombre... era un Dios en estas tierras. -Maestre Thadr, el Suertudo de Vikrap, Fragmento contado a los jóvenes príncipes del Reino sobre el que pasó alguna vez El Nómada.
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