Viendo al cielo desde el octavo piso esperando ver una señal a lo lejos que me diga que realmente estoy vivo, ni una llamada, ni una palmada de aliento, ni la sonrisa que a diario traía tatuada y en mi rostro, sin ganas de seguir, solo aventarme al vació y no saber de nada, solo en las alturas, queriendo gritar desahogarme, renegando de esta mísera vida que hoy en día vivo... Donde están los amigos, me encuentro solo, encerrado en esta realidad fría y oscura, intento ver más allá de los edificios de enfrente, pero solo logro ver gente sentada, frente al televisor, como hipnotizados por su amargura, los niños llorando, hambrientos, mal olientes y descuidados por las madres que ocupadas en sus quehaceres, que olvidan en veces lo esencial que es estar con ellos, y de lo rápido que pasa el tiempo, y que en un pestañeo, están grandes y en otro, ya están formando sus propias familia. Viento frio que se cuela entre las cortinas, de cada departamento, y yo con la vista perdida, mis mejillas entumidas, ya sin poder sentirlas, trato de abrazarme para mitigar este frio que del norte llega